La Alta Edad Media
En la edad media, los músicos profesionales, como los otros artistas,
trabajaron para la Iglesia católica. Como ésta se oponía al paganismo asociado
con Grecia y Roma, no se apoyó la interpretación de su música y terminó
extinguiéndose. Como la pintura mural y como la arquitectura y la escultura
románticas, la música tuvo una finalidad didáctica: inculcar en el pueblo
creyente la actitud de oración y de contemplación.
La primera forma de escritura musical se dio entre los siglos VIII y IX, y
hoy se conoce como escritura neumática. Los neumas, palabra que significa
“aire” en latín, no eran notas, sino signos elementales que se colocaban sobre
cada sílaba del texto y que servían de guía para recordar la melodía que debía
ser cantada, perteneciente a un repertorio conocido de antemano.
A comienzos del siglo IX, muchos músicos sintieron la necesidad de componer
una música más elaborada que la simple melodía sin acompañamiento. Así,
añadieron otra voz para que interviniera simultáneamente en algunos fragmentos
del canto. El estilo musical resultante se denominó organum. En el organum
primitivo la voz añadida doblaba la melodía principal a un intervalo de cuarta o
quinta ascendente. Más tarde desarrolló una contramelodía independiente. Este
estilo es importante en la historia de la música porque fue el primer estadio
de la evolución de la textura musical conocida como polifonía (varias voces),
el rasgo más característico de la música de la cultura occidental.
A finales del siglo XII se escribían organa a tres y cuatro voces que
constituían obras de gran extensión. Con ellos se llenaban de sonido los
amplios espacios de las catedrales góticas. Los principales centros de
desarrollo del organum estaban en Francia, en la abadía de San Marcial de
Limoges y en la catedral de Notre Dame de París.
Para que los músicos pudieran leer e interpretar varias voces diferentes
simultáneamente hubo de desarrollarse un sistema de notación musical de gran
precisión. La altura se aclaró con el uso de cuatro, cinco o más líneas
paralelas, en las que cada línea y espacio representaban una altura
determinada, como en la notación actual. Al principio, una línea roja trazada
en el pergamino señalaba el sonido Fa, y servía como referencia para los demás
sonidos. Luego se añadió una segunda línea para el sonido Do.
La duración de las notas era más difícil de reflejar por escrito. El
perfeccionamiento de este sistema se atribuye al monje benedictino italiano Guido
d’Arezzo en el siglo XI, quien introdujo dos novedades importantísimas para la
escritura musical, estableciendo el tetragrama
(4 líneas) como base del sistema de escritura, y dando nombre a las notas al
poner música al Himno a san Juan Bautista, cuyo texto en latín dice lo
siguiente:
UT querant laxis
REsonari fibrs
Mira gestorum
FAmuli tuorum
SOLve polluti
LAvil reatum
Sancte loannes (éste ultimo
verso se añadió más tarde)
Este himno se traduce asÍ: “Para que tus siervos puedan volver a cantar
debidamente la maravilla de tus obras, limpia nuestros labios manchados por el
pecado ¡Oh San Juan!
Para algunos autores, se trataba de un himno que los cantantes de la época
dedicaban a San Juan para que los protegiese de la afonía. La melodía de Guido
daba a la primera sílaba de cada verso un sonido diferente, que coincidía con
los sonidos de la escala. Con el tiempo, la primera sílaba se cambió por Do,
excepto en Francia, y se añadió el Si de Sacte Ioannes.
La solución que se adoptó en los siglos XI y XII se basaba en varios
modelos rítmicos cortos que fueron sistematizados en modos rítmicos. El mismo
modelo, o modo, se repetía hasta que el compositor indicaba algún cambio
mediante un signo en la notación. Para introducir variedad se asignaba un modo
distinto a cada voz en la interpretación simultánea y se variaban los modos a
lo largo de la obra. A finales del siglo XIII se había abandonado la notación
modal y empezaba a utilizarse el sistema moderno, más flexible, con valores de
las notas más largos y más cortos.
El organum se convirtió en un estilo musical muy elaborado que fue
apreciado sobre todo por los clérigos instruidos de la Iglesia católica.
También hubo una música profana más sencilla fuera de las iglesias. Se trata de
la música monódica de los músicos itinerantes, los juglares y los trovadores de
Francia y los minnesänger de Alemania. En España, una colección muy importante
de melodías semejantes son las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio
(siglo XIII).
Tanto la música sacra como la profana utilizaban una gran variedad de
instrumentos, entre los que se incluyen algunos de cuerda, como la lira, el
salterio y la fídula medieval o viella. Entre los instrumentos de teclado
destaca el órgano. Para la percusión se utilizaban tambores pequeños y las
campanillas.
Encarta