viernes, 17 de enero de 2014

La Música en la Edad Media


La Alta Edad Media

En la edad media, los músicos profesionales, como los otros artistas, trabajaron para la Iglesia católica. Como ésta se oponía al paganismo asociado con Grecia y Roma, no se apoyó la interpretación de su música y terminó extinguiéndose. Como la pintura mural y como la arquitectura y la escultura románticas, la música tuvo una finalidad didáctica: inculcar en el pueblo creyente la actitud de oración y de contemplación.

Poco se conoce del canto sin acompañamiento que se utilizaba en la liturgia de la Iglesia cristiana primitiva. El canto cristiano recibe una importante influencia de la música de la sinagoga judía y de las canciones profanas de su tiempo. El canto melódico romano fue recopilado y se le asignó una función concreta en la liturgia durante los siglos V al VII. Este canto romano llegó a ser conocido como canto gregoriano después de que el papa Gregorio I Magno (c. 540-604), que pudo componer algunas de las melodías, consagró su uso en la Iglesia. Como este Papa y los siguientes prefirieron el canto gregoriano a otras variedades surgidas en Europa, éste prevaleció sobre el resto. El gregoriano fue el canto unificado de todos los monasterios y nació precisamente para fortalecer el sentimiento de unidad cristiana en Europa. Estuvo siempre apoyado por textos en latín, que era la lengua universal. El canto cristiano se ha preservado en numerosos manuscritos. Los signos musicales utilizados, llamados neumas, son las raíces más antiguas de la notación musical moderna.

La primera forma de escritura musical se dio entre los siglos VIII y IX, y hoy se conoce como escritura neumática. Los neumas, palabra que significa “aire” en latín, no eran notas, sino signos elementales que se colocaban sobre cada sílaba del texto y que servían de guía para recordar la melodía que debía ser cantada, perteneciente a un repertorio conocido de antemano.

A comienzos del siglo IX, muchos músicos sintieron la necesidad de componer una música más elaborada que la simple melodía sin acompañamiento. Así, añadieron otra voz para que interviniera simultáneamente en algunos fragmentos del canto. El estilo musical resultante se denominó organum. En el organum primitivo la voz añadida doblaba la melodía principal a un intervalo de cuarta o quinta ascendente. Más tarde desarrolló una contramelodía independiente. Este estilo es importante en la historia de la música porque fue el primer estadio de la evolución de la textura musical conocida como polifonía (varias voces), el rasgo más característico de la música de la cultura occidental.

A finales del siglo XII se escribían organa a tres y cuatro voces que constituían obras de gran extensión. Con ellos se llenaban de sonido los amplios espacios de las catedrales góticas. Los principales centros de desarrollo del organum estaban en Francia, en la abadía de San Marcial de Limoges y en la catedral de Notre Dame de París.
 
Para que los músicos pudieran leer e interpretar varias voces diferentes simultáneamente hubo de desarrollarse un sistema de notación musical de gran precisión. La altura se aclaró con el uso de cuatro, cinco o más líneas paralelas, en las que cada línea y espacio representaban una altura determinada, como en la notación actual. Al principio, una línea roja trazada en el pergamino señalaba el sonido Fa, y servía como referencia para los demás sonidos. Luego se añadió una segunda línea para el sonido Do.
La duración de las notas era más difícil de reflejar por escrito. El perfeccionamiento de este sistema se atribuye al monje benedictino italiano Guido d’Arezzo en el siglo XI, quien introdujo dos novedades importantísimas para la escritura musical, estableciendo el tetragrama (4 líneas) como base del sistema de escritura, y dando nombre a las notas al poner música al Himno a san Juan Bautista, cuyo texto en latín dice lo siguiente:

UT querant laxis
REsonari fibrs
Mira gestorum
FAmuli tuorum
SOLve polluti
LAvil reatum
Sancte loannes (éste ultimo verso se añadió más tarde)

Este himno se traduce asÍ: “Para que tus siervos puedan volver a cantar debidamente la maravilla de tus obras, limpia nuestros labios manchados por el pecado ¡Oh San Juan!

Para algunos autores, se trataba de un himno que los cantantes de la época dedicaban a San Juan para que los protegiese de la afonía. La melodía de Guido daba a la primera sílaba de cada verso un sonido diferente, que coincidía con los sonidos de la escala. Con el tiempo, la primera sílaba se cambió por Do, excepto en Francia, y se añadió el Si de Sacte Ioannes.

La solución que se adoptó en los siglos XI y XII se basaba en varios modelos rítmicos cortos que fueron sistematizados en modos rítmicos. El mismo modelo, o modo, se repetía hasta que el compositor indicaba algún cambio mediante un signo en la notación. Para introducir variedad se asignaba un modo distinto a cada voz en la interpretación simultánea y se variaban los modos a lo largo de la obra. A finales del siglo XIII se había abandonado la notación modal y empezaba a utilizarse el sistema moderno, más flexible, con valores de las notas más largos y más cortos.

El organum se convirtió en un estilo musical muy elaborado que fue apreciado sobre todo por los clérigos instruidos de la Iglesia católica. También hubo una música profana más sencilla fuera de las iglesias. Se trata de la música monódica de los músicos itinerantes, los juglares y los trovadores de Francia y los minnesänger de Alemania. En España, una colección muy importante de melodías semejantes son las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio (siglo XIII).

Tanto la música sacra como la profana utilizaban una gran variedad de instrumentos, entre los que se incluyen algunos de cuerda, como la lira, el salterio y la fídula medieval o viella. Entre los instrumentos de teclado destaca el órgano. Para la percusión se utilizaban tambores pequeños y las campanillas.


Encarta 

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