Música
religiosa y gregoriana
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El canto
gregoriano o canto llano es música vocal religiosa sin acompañamiento
instrumental (a capella). Es una música religiosa utilizada en las iglesias
cristianas como parte de sus ritos en el culto público. Varios cantores entonan
al unísono una única melodía o monodía con texto en latín, ritmo no sujeto a
acentos regulares y que se desarrolla en un ambiente sereno y altamente
espiritual, apropiado a su objetivo de transmisión de la palabra sagrada.
Partiendo de sus
orígenes, las prácticas judías y grecorromanas de música religiosa cristiana en
Occidente alcanzaron su primera cima entre los siglos VIII y IX con una forma
definitiva de canto 45llano romano (llamado gregoriano por el papa Gregorio I). Este
papa, san Gregorio Magno, fue el hombre que, en su intento de atajar cualquier
brote de herejía dentro de la Iglesia, unificó las diferentes escuelas
litúrgicas y los cantos con los que los cristianos celebraban sus actos
religiosos desde hacía siglos. En su Antifonario codificó, organizó y
reglamentó lo que desde ese momento comenzó a ser el canto oficial de la
Iglesia católica.
Consciente el
papa Gregorio I de que una de las dificultades de la transmisión y conservación
de la música era la carencia de una escritura musical adecuada, creó las
escuelas de canto (scholae cantorum). En estas se educaban los jóvenes que
serían los depositarios de las tradiciones musicales del canto litúrgico.
Estas medidas,
que la tradición atribuye a san Gregorio, contribuyeron a dignificar la música,
pues, aunque se impartía teoría musical en las enseñanzas del Trivium
(Gramática, Retórica, Dialéctica) —dedicado a las letras— y el Quadrivium
(Aritmética, Geometría, Música, Astronomía) —enseñanza de las ciencias—, no hay
que olvidar que el ejercicio de oficios manuales, y así se consideraba la
práctica de la música, era juzgado como algo propio de gente inferior.
Adaptado a los textos en latín, esta forma
suplió las necesidades litúrgicas de todo el calendario religioso. Más adelante
se alcanzaron otros grandes momentos con los arreglos polifónicos de los textos
de la misa y el motete, entre los que destacan la Messe de Nostre Dame (1365) de Guillaume de Machaut, los motetes de
John Dunstable y, entre 1450 y 1520, las misas cíclicas (en las cuales cada
sección se basaba en un canto llano habitual o en un cantus firmus profano) de
Guillaume Dufay, Johannes Ockeghem y Josquin des Prez.
La práctica de
la liturgia del canto llano, según el momento de su interrelación, recibe los
nombres de horas canónicas, himnos o misas. Dentro de la misa se solían
interpretar los aleluyas, de estilo
jubiloso y melismático.
Este estilo
melismático sobre la sílaba final se hacía muy extenso y en un momento
determinado se empezó a poner en cada nota una sílaba diferente de las que se
formaban sobre la sílaba final. A esta nueva forma de gregoriano se la denominó
secuencia.
De
características similares a la secuencia es el tropo que, en vez de escribirse
sobre el final del aleluya, se escribía sobre el melisma final de cualquier
otra parte de la misa.
El punto máximo
de esta fase se alcanzó a finales del siglo XVI con las soberbias obras a
capella de Giovanni da Palestrina, Orlando di Lassus, William Byrd, Tomás Luis
de Victoria, Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero y Antonio de Cabezón. En
el norte de Europa, los reformadores protestantes sustituyeron los textos en
latín por otros en lenguas vernáculas que la congregación podía cantar en forma
de paráfrasis de corales y salmos.
Tanto en la
Alemania luterana como en la Inglaterra isabelina siguieron floreciendo
elaboradas obras de música religiosa. Entre los más vívidos arreglos musicales
de textos ingleses destacan los de Thomas Morley, Orlando Gibbons y Thomas
Weelkes. Pero en las áreas de Europa bajo dominio calvinista sólo se permitían
salmos métricos y cánticos. Desde inicios del siglo XVII el crecimiento de los
géneros profanos, especialmente la ópera y el concierto instrumental, influyó
en gran medida en la música religiosa. Se introdujeron voces y acompañamientos
orquestales no sólo en los himnos de la Restauración de John Blow y Henry
Purcell, sino también en los motetes de Jean Baptiste Lully y Marc-Antoine
Charpentier, en la Francia de Luis XIV. En Alemania, Heinrich Schütz y sus
contemporáneos adoptaron los estilos italianizados de la cantata, el motete y
la pasión, mientras que Johann Sebastian Bach, el más grande entre los
compositores religiosos, enriqueció todas las ramas de la música religiosa,
especialmente con La Pasión (según
san Mateo y según san Juan) y su gran Misa
en si menor, con arreglos del texto ordinario en latín.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII la
creciente secularización engendró un enlace entre la misa católica y la
sinfonía, con notables ejemplos de Michael y Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus
Mozart y Luigi Cherubini. La
Missa Solemnis (1823) de Ludwig van Beethoven, demasiado
larga para un uso litúrgico, creó un precedente para numerosas adaptaciones de
misas y misas de difuntos (réquiems) durante el siglo XIX, de la pluma de
Hector Berlioz, Franz Liszt, Giuseppe Verdi, Antonin Dvorák, Anton Bruckner y
otros, más apropiadas para la sala de conciertos que para actos litúrgicos. Los
trabajos menores para el culto cotidiano pasaron a manos de compositores de
segunda fila y la creatividad sufrió una decadencia generalizada. La excepción
fue la abundancia de nuevos trabajos de dimensiones reducidas: melodías de
himnos y arreglos de salmos producidas por compositores como la familia
británica Wesley, Charles Stanford y Hubert Parry.
El siglo XX ha
sido testigo de un renacimiento de la música religiosa, con aportaciones
originales y sorprendentes de compositores importantes como Ralph Vaughan
Williams, Zoltán Kodály, Ígor Stravinski, Benjamin Britten y Michael Tippett,
así como otras obras creadas por muchas figuras de menor relevancia. Entre los
cambios principales destaca la introducción en 1980 del Libro de servicios alternativo para los anglicanos, y la adopción
de liturgias vernáculas por parte de los católicos. Si bien ello supuso nuevos
problemas al desplazarse de esta manera el repertorio tradicional, también ha
supuesto nuevas y emocionantes oportunidades para los compositores.
La práctica de
la liturgia del canto llano, según el momento de su interrelación, recibe los
nombres de horas canónicas, himnos o misas. Dentro de la misa se solían
interpretar los aleluyas, de estilo
jubiloso y melismático.
Este estilo
melismático sobre la sílaba final se hacía muy extenso y en un momento
determinado se empezó a poner en cada nota una sílaba diferente de las que se
formaban sobre la sílaba final. A esta nueva forma de gregoriano se la denominó
secuencia.
De
características similares a la secuencia es el tropo que, en vez de escribirse
sobre el final del aleluya, se escribía sobre el melisma final de cualquier
otra parte de la misa.
Encarta, 2005.
Santillana,
2006
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