lunes, 5 de septiembre de 2011

Wolfgang Amadeus Mozart

Sinfonía Nº 40, KV 550

    Finalizada el 27 de julio de 1778, la Sinfonía nº40 en Sol menor. KV 550 de  Mozart recurre a una orquesta integrada por una flauta, dos oboes,dos fagots, dos trompas y cuerdas, aunque existe también una segunda versión que incluye clarinetes, el instrumento preferido del compositor en esa época. Detalle interesante de ella es que está en la misma tonalidad que una de sus más originales y dramáticas sinfonías de juventud, la Sinfonía nº 25 de 1773 escrita en plena vorágine del Sturm und Drang y de su anhelo de crear obras con un componente personal importante, más subjetivas que objetivas, que anuncian la expresividad desenfrenada del romanticismo. Y ése es también el espíritu que comparte esta nueva sinfonía, un deseo de expresión que en ocasiones alcanza extremos de gran violencia, como si Mozart luchara por rebelarse ante una realidad que en esa época, a finales de la década de 1780, le era hostil: el público le daba la espalda, no conseguía encargos o los que lograba no estaban a la altura de su genio (por ejemplo, las danzas para animar los festejos de la corte), ni tampoco puestos en los estamentos musicales de la ciudad, con lo que su situación financiera era cada vez más preocupante. Y eso a pesar de la confianza ilimitada en sus facultades de un grupo de entusiastas amigos.

    Llevado por su genio como compositor de ópera, Mozart parece expresar todo esto en la Sinfonía nº40, aunque sin llegar a hacer en ningún momento una confesión programática. Por otro lado, estamos ante una música escrita con una habilidad y una inspiración que no tienen parangón en esa época. Al igual que lo que paralelamente está haciendo su amigo Franz Joseph Haydn con sus seis sinfonías de París, escritas dos años antes, y lo que hará con sus doce sinfonías de Londres, escritas entre 1791 y 1795, Mozart innova la forma: el esquema tradicional se le ha quedado pequeño y lo lleva a sus últimas consecuencias, lo hace literalmente explotar. 

    Dividida en los cuatro movimientos tradicionales, tres de los cuales siguen la forma sonata, la Sinfonía nº 40 se abre con un Molto allegro que nos introduce de lleno en el clima un tanto tenso, oscuro y sombrío que dominará toda la partitura, desde ese ominoso primer tema en los violines, bajo un fondo en corcheas de las violas, que va ganando en crispación a medida que avanza. Solo la aparición del segundo tema aportará algo de paz a este movimiento, aunque sea momentáneo, eso sí, sin que nunca pierda esa transparencia sonora inconfundiblemente mozartiana.

    El Andante es un canto melancólico, de una dulzura exquisita, gracias a los matices que aportan las maderas. El tercer movimiento, por su parte, es uno de los minuetos más agresivos y vigorosos escritos nunca por Mozart, sorprendiendo al mismo tiempo por sus irregularidades rítmicas y por ser un prodigio de escritura contrapuntística. Su trío, con el protagonismo de los instrumentos de viento, incluidas las trompas, trae algo de la gracilidad esperable en un minueto. El Allegro assai final, a pesar de unos primeros compases ligeros, llevará al máximo grado de concentración la nerviosa energía que preside toda la sinfonía, violentado todo por los constantes contrastes dinámicos, la rápida alternancia entre solistas y tutti orquesta, y una armonía exasperada, culminando en una coda igual de agitada y llena de angustia. De este modo, los cuatro movimientos dan la impresión de ser las cuatro partes de un drama que evoluciona hacia ese finale y que en él halla su  resolución. 

Gran Selección. Deutsche Grammophon. Santillana. S.A.  2008

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